Serás mendocino o no serás nada
Por Carlos Salvador La Rosa
Algunas reflexiones acerca de cómo se construyó la mejor Mendoza, a ver si es posible que desde este nuevo año podamos recuperar aquella gesta.
En la Argentina el año finaliza con el conflicto por la coparticipación donde el Poder Ejecutivo nacional amaga con desobedecer un fallo de la Corte Suprema de Justicia. Pero esa es apenas la punta de un iceberg donde todo el año navegamos al borde de la institucionalidad, siempre a punto aparente de quebrarla. En ese mar caótico donde la República se enfrenta a sediciones constantes, Mendoza es mencionada una y otra vez por su histórica cultura institucional que la pone un poco al margen de tanto descalabro. Repasar en parte los orígenes de esa institucionalidad es el motivo de estas líneas.
En Mendoza, por su conformación geográfica, siempre hubo una relación muy directa entre cultura y naturaleza que nos permitió constituir una civilización política local bastante distinta a la del resto del país. Sin caudillos gestores de identidad, con poco ideologismo, con escasa concentración territorial, con cultura burguesa industrialista más que feudal.
Una provincia donde todos los esfuerzos se dedican a que no avance el desierto sobre los oasis construidos. Por eso en nuestra lucha contra la barbarie el enemigo fue el desierto, más que otros hombres, distinto a lo que ocurrió en las guerras civiles de casi todas las demás provincias.
La instalación de San Martín en Mendoza le dio al sillón gubernamental un sentido originario de sesgo más continentalista que localista, donde difícilmente pueda sentarse alguien con aspiraciones de caudillo, señor feudal o patrón de estancias. La geografía y la gesta sanmartiniana nos hicieron “naturalmente” republicanos. Políticamente equilibrados. Con métodos conservadores pero contenidos progresistas, modernizadores.
Juan Draghi Lucero y Edmundo Correas pintaron de manera extraordinaria el modo de ser mendocino en esa conexión entre naturaleza e institucionalidad, entre geografía y cultura.
Draghi cuenta que el cultivo del pequeño predio arraigó la gente a la tierra. Desde la época colonial fuimos “hortelanos, arrieros y carreteros, hombre de carguíos”. hasta que en 1854 el francés Michel Pouget -presentado en Mendoza por Sarmiento- introduce el cepaje francés vía Chile . Y allí comienza otra cultura productiva que se consolida en los años 80 con la llegada del ferrocarril. Pero la esencia “natural-cultural” siguió siendo la misma desde los huarpes, que fue un pueblo pacífico frente a la belicosidad de los mapuches, Desde siempre la vida se desarrolló bajo el imperio del manejo de agua de regadío. La explotación de la tierra hizo que nuestro pueblo fuera pacífico y ordenado. Las leyes de España determinaban con claridad lo que son riegos, turnos, compuertas, etc. El canal matriz que sale del río, los canales derivados del matriz, las hijuelas de donde salen las acequias regadoras. El cuyano está troquelado por ese complejo. Y cuando aparece la vitivinicultura se trata de pequeños viñedos que se suman. El mendocino se acostumbró a ser pequeño propietario estable, sintetiza Draghi. Y eso fue determinante para la construcción de una institucionalidad política que le fuera útil a ese modelo productivo.
Edmundo Correas cree, como Draghi, que la situación geográfica debió influir en el espíritu de su pueblo. El mendocino es resignado y caviloso. Rebelde a la aventura y el desorden. El malentretenido y el gaucho díscolo no existieron en Cuyo. Es que acá no hubo gauchos sino labriegos. El cuyano es más melancólico que triste. Acá las leyes se acatan pero no se cumplen, dice con ironía crítica Correas.
Sarmiento -prosigue el historiadorvio en 1829 como la civilización penetraba con todo en usos y costumbres. Era Mendoza la segunda ciudad del país, la Barcelona argentina. Pero las luchas civiles hicieron que muchos cuyanos debieran emigrar a Chile, país con el cual ya teníamos una historia virreinal y una lucha de liberación compartidas. Pero el traslado de parte de la elite en la época de Ronuestra sas, les hizo aprender lecciones institucionales que en nuestro país, en pugna constante entre la anarquía y el autoritarismo, no eran frecuentes.
Dice Edmundo Correas que “en el exilio comienzan a asomar las vocaciones. Los Calle y los Correas dirigen diarios, Manuel Zapata funda una escuela. Los Villanueva plantan viñas en Aconcagua, Videla llega a banquero .... ”. Ellos hicieron renacer la Mendoza en la época constitucional, con tal solidez económica que, aunque el terremoto de 1861 sepultó a media provincia, al poco tiempo “aparece una ciudad más hermosa que la anterior. Es la Turin Argentina, que siempre está de gala”. Donde predominan hombres como Manuel Olascoaga, el sabio andino, Agustín Alvarez, el gran educador y polemista, estadistas como Emilio Civit o constitucionalistas como Julián Barraquero. Todos ellos hicieron que a inicios del siglo XX Mendoza tuviera una elite política, económica y cultural que creó una institucionalidad de tal fortaleza que aún hoy se mantiene, aunque a veces se la alimente poco, políticamente hablando.
Tanto el manejo racional del agua como la afirmación de una institucionalidad sólida son creaciones del hombre en el desierto, que se conectan mutuamente. Porque somos una cultura del oasis, no del desierto ni de la montaña, aunque éstas predominen cuantitativamente. Cuando el agua sobraba, creamos una cultura del árbol que arraigó profundamente en población, pero, paradójicamente, aún nos falta fortalecer una cultura del agua, porque pese a su escasez creciente. no le estamos dando un uso adecuado para pegar un salto cualitativo en nuestras actividades industriales.
Vale decir, tenemos sólidas instituciones del agua pero no la suficiente cultura del agua. Por instrucciones de Emilio Civit trajimos a uno de los mejores especialistas del mundo, César Cipolletti, al cual la ofrecimos una propuesta plena de grandiosidad estratégica: la de “domar las aguas del Aconcagua”. En algo más de una década el ingeniero italiano creó un sistema institucional único que hoy se preserva con inspecciones de cauces (asociaciones de regantes en España) que organizan la microdistribución del agua. Lo administra por elecciones uno de los vecinos que riega, que se llama inspector de cauce. Es un esquema de muchos y pequeños productores cuya existencia evita concentrar el agua para mantener el equilibrio en el oasis entre todos sus territorios.
¿Hoy nos falta agua? Sí, pero sobre todo nos falta financiamiento, con cultivos más rentables y sistemas de riego más eficientes. Por ejemplo que 100 mil de las 150 mil hectáreas vitivinícolas se rieguen por goteo o microaspersión. Podemos tener cinco o seis veces más producción con mayor valor agregado. Y todo sería más sustentable. Ese es uno de los grandes desafíos del momento, el que sólo puede gestar una reconfirmación de la alianza entre naturaleza e institucionalidad, como se hizo en los mejores tiempos..
Seguiremos profundizando en otras notas acerca de lo que significa ser mendocino, ya sea por nacimiento o por adopción, puesto que la cultura del oasis recibe a todos los que quieren servirla en vez de servirse de ella.